Tengo la convicción de que el Liberalismo, no necesariamente su partido, tiene mucho que hacer, y que los liberales podemos todavía concebir y propugnar un tipo de república que no se parezca tanto a la presente, que por la incongruencia del sistema y por su corrupción es un desastre.
Pero tiene que ser una republica liberal, donde la opinión tenga una participación más decisiva, y no solo la de dejar escuchar el rumor desapacible de su protesta contra los males que afectan a la inmensa masa de ciudadanos pobres, empobrecidos y en ocasiones desesperados por las condiciones de su existencia, en duro contraste con la que lleva la burocracia rapaz incrustada en todas las ramas del poder público y en las más altas y eficaces de la actividad privada.
El congreso no mejora su calidad dentro de la organización presente, y ha demostrado que constituye un cumulo de cacicazgos afortunados que deben su reelección permanente a los favores del ejecutivo.
Por donde vamos, la perfección de este sistema no va hacia más democracia, sino hacia el partido único. Y las más abyectas formas de sometimiento a una sola persona, así sea por un plazo determinado, comienzan a florecer con el manipuleo sencillo de los medios de comunicación y con el llamado clientelismo que ejerce en todo el territorio un sistema de halago y extorsión intolerable.
Y el congreso, en mi opinión, no se mejora, mientras no tenga más funciones y más responsabilidades, y no por el camino presente que lo convierte en una rama accesoria y dependiente del órgano ejecutivo.
Los liberales pensamos así. La liberación del país tiene, pues, que tomar un rumbo totalmente diferente.
Cada cierto rato se vuelve a hablar de la reelección presidencial. Mucho se ha discutido sobre la conveniencia o inconveniencia de la reelección del presidente, pero se discute por circunstancias accidentales y personales de la coyuntura política actual.
Es claro que aun bajo otro tipo de gobierno, este sistema constitucional es perjudicial y peligroso. Inequívocamente la concepción no es buena y, además, no es liberal.
Al menos contra esa tendencia, que lleva trazas de repetirse, deberían los espíritus liberales estar alerta.
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