Pamplona en rojo y blanco: vivir los Sanfermines.

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Soñé y lo viví: estar en Pamplona vestido de blanco y rojo, al ritmo del chupinazo, viendo salir la manada con el corazón en vilo. A mi lado, Chema y Laura, médicos navarros y grandes anfitriones, me guiaron por el alma de esta fiesta legendaria. Pamplona vibra. Es una ciudad desbordada de alegría, donde cada esquina canta a San Fermín con vermut, jotas y vino tinto. La ciudad se transforma: de sus 210.000 habitantes pasa al millón. Aquí se mezcla el mundo entero. En un pub de la calle Estafeta conocí a Roberto Keily, americano de origen irlandés, quien ha venido cada año desde 1985. “Esta fiesta cura el alma”, me dijo, entre una cerveza trifásica y el bullicio de amigos de Holanda, Australia, Francia, Inglaterra y Florida. Recorrí las calles del encierro, visité la capilla de San Fermín y fui aceptado por una cuadrilla con más de 40 años de tradición. Me bautizaron como “PTV”: Pamplonés Toda la Vida. En esta fiesta, el tiempo se detiene y el mundo se abraza.
Desde la calle Mercaderes 17, presenciamos el tercer encierro. La manada corrió agrupada y veloz. No hubo heridos graves. La organización es impecable: médicos, policías, barrenderos y voluntarios trabajan como una orquesta invisible. Laura, Chema y su hija Marta —todos médicos— nos contaron las cifras y la historia, con orgullo y humanidad.
Aquí se celebra sin descanso, sin riñas, con familias, niños, gigantes y cabezudos. Se duerme poco, pero se vive mucho. En Pamplona, entendí por qué Hemingway escribió Fiesta. ¡Gora San Fermín! Enrique Córdoba Rocha.

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