Uribe en la mira del 2026. Vox Populi: José Renán Trujillo.

Cada día va calentando más, el horno de la política nacional. La política colombiana nunca ha sido ajena a los giros inesperados ni a las jugadas audaces; la reciente propuesta de Tomás Uribe, hijo del expresidente Álvaro Uribe Vélez, de postular a su padre como vicepresidente en 2026 ha copado el escenario de la opinión nacional. Lo que para algunos parece una idea simbólica, para otros es una maniobra estratégica que revela un intento evidente de reactivar la figura de Uribe en el corazón del poder, sin necesidad de la presidencia.
Aunque Álvaro Uribe ha dicho públicamente que no le interesa volver al poder, la mención de su nombre en este contexto ni es inocente, ni es una inocentada. La propuesta surge en medio de un ambiente político polarizado, donde las figuras tradicionales buscan recuperar protagonismo y donde el uribismo necesita con urgencia una reconfiguración que lo mantenga vigente frente al electorado. La figura de Uribe, golpeada por sus críticos de manera despiadada, sigue siendo un eje gravitacional dentro del espectro político colombiano.
Más que una aspiración personal, la propuesta de Tomás Uribe puede leerse como una prueba de la magnitud del oleaje, una provocación calculada para medir la reacción del país y preparar el terreno para una eventual jugada política. Si bien la Constitución prohíbe la reelección presidencial, no impide que un expresidente sea fórmula vicepresidencial. Es decir, no se trata de una simple anécdota familiar: es una advertencia política.
Este anuncio también pone en tela de juicio la renovación política que tanto pregonan algunos sectores. ¿Estamos dispuestos a repetir el pasado con nuevas fórmulas legales? ¿Hasta qué punto el país está preparado para ver de nuevo a Uribe en un tarjetón electoral así sea, aparentemente, en un rol secundario?
Lo cierto es que, más allá del revuelo mediático, la idea de un Uribe vicepresidente plantea un debate profundo sobre los límites del poder, la memoria colectiva y la dirección futura de la democracia colombiana. Porque a veces, las segundas o aun las terceras partes no solo son posibles, sino que pueden estar cuidadosamente disfrazadas de «sugerencias familiares».
Los contradictores del ex presidente han reavivado el debate sobre el personalismo en la política colombiana, donde los liderazgos individuales tienden a opacar a los partidos y sus ideologías. La polarización en lugar de disminuir, se acrecienta con estos ingredientes que al final ahondan más la brecha de la posibilidad de un acuerdo de unidad nacional.Todo hace prever que la pugna electoral, entre dos extremos, será de una magnitud jamás experimentada en el espíritu político de la nación.