Por: José Renán Trujillo.
En un gesto amable del señor Ex presidente Cesar Gaviria, fui invitado a participar en calidad de ex congresista a lo que termino siendo un turbulento encuentro: el congreso nacional del Partido Liberal.
Agradecí el gesto, solicitando que se abriera un espacio, en la agenda de trabajo que asumirían los asambleístas llegados de todo el país, para ratificar la esencia y carácter socialdemócrata del Partido y la denominación que debe dársele al centro de pensamiento y estudios liberales socialdemócratas de Colombia, como afiliado pleno, que es, de la Internacional Socialista.
Al no recibir ninguna respuesta, concluí que mi presencia o mi ausencia tenían el mismo peso.
Desde meses atrás, he venido clamando por la unión de colectividades políticas en aras de la escogencia de un candidato único que les represente en la contienda del 2026. Tanto Gaviria como Vargas Lleras, recientemente, han empezado a flamear las banderas de dicha propuesta a 16 meses de la escogencia del sucesor de Gustavo Petro.
Nunca me han atraído los extremos; menos ahora cuando negros nubarrones asoman afanosos, turbando la serenidad del país político, con un país nacional dividido y confrontado. Mientras sigan pasando los días sin que la semilla de una postura de centro abra para empezar a crecer hasta su florecimiento; este país seguirá escuchando canticos de unión por encima de la mesa sin percatarse que debajo de ella, se colocan unos y otros, obstáculos insalvables para evitarla.
Soy del criterio que llegó el momento donde los políticos trabajemos por un solo candidato de centro no extraído del sector político; que tenga los rasgos de un verdadero estadista.
El estadista es el hombre de Estado, gobernante serio y eficaz, que domina las ciencias políticas y además el arte de conducir a los pueblos. Es el teórico y práctico del poder. No todo político es o puede ser estadista.
Podemos concluir con tristeza y resignación que en nuestro presente sobran los políticos (o los que dicen ser tales por ostentar un cargo o función pública) y también, por supuesto, que hay un vacío preocupante de estadistas o de aspirantes a convertirse en tales.
La clase política colombiana actual en su gran mayoría es mediocre e improvisada, y ha llegado a ocupar espacios de poder no precisamente por sus dotes intelectuales y sus logros académicos, sino por su habilidad camaleónica para cambiar de color y acomodarse en su entorno según su propia conveniencia y, sobre todo, por aceptar de forma sumisa y obediente las órdenes del jefe de turno aunque estas sean manifiestamente disparatadas, ilegales o ilegítimas.
Es probable que entre los pocos, poquísimos, políticos preparados y capaces que se encuentran activos haya alguno o algunos que tengan las características necesarias para convertirse en futuros estadistas, pero la ausencia total de debate los invisibiliza por completo.
Por ahora, seguimos esperando al humanista que gobierne a este pueblo colombiano con firmeza pero sin que sus decisiones vulneren jamás ninguno de los derechos fundamentales de los ciudadanos; seguimos esperando al político que respete y defienda de forma incondicional el Estado de derecho incluso por encima de sus ambiciones personales; seguimos esperando al gobernante serio y eficaz que sepa conducir el destino de la nación hacia un objetivo histórico de superación, estabilidad y desarrollo; seguimos esperando al líder que ejercerá su cargo con dignidad y altura en un ambiente de diálogo, respeto y conciliación.
Seguimos esperando a los verdaderos estadistas.
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