La crisis en el gabinete del presidente Gustavo Petro ha escalado a un punto crítico. La propuesta del ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, de que todos los ministros presenten su renuncia busca dar libertad al mandatario para recomponer su equipo y enderezar el rumbo de su gobierno en la recta final.
Cristo ha sido claro: ni el jefe de Estado ni una parte importante de la opinión pública están satisfechos con los resultados. Su advertencia no es menor. La estructura del gabinete, según sus palabras, es insostenible, y el tiempo apremia. Hay un año y medio por delante para corregir, ajustar y, en última instancia, cumplir las expectativas de un país que observa con escepticismo la gestión gubernamental.
Pero detrás de esta crisis de gabinete hay sombras más profundas, y una de ellas se llama Armando Benedetti. El exembajador, conocido por su influencia y cercanía con el presidente, se ha convertido en una figura omnipresente, un hombre que parece saber demasiado y tener demasiado poder. La gran pregunta es: ¿qué tanto vale, pesa y sabe Benedetti para mantener un nivel de influencia que supera incluso la lealtad y la advertencia frontal de los ministros y de la propia vicepresidenta? ¿Es más fuerte el chantaje que la institucionalidad?
El problema no es solo de nombres o de lealtades individuales, sino de la capacidad del gobierno para generar confianza en la ciudadanía y en las instituciones. Las constantes crisis ministeriales y la falta de cohesión dentro del equipo de gobierno reflejan una administración en estado de permanente turbulencia. Esto se traduce en una incapacidad para avanzar en reformas clave y en la ejecución efectiva de políticas públicas.
Además, el país enfrenta desafíos urgentes en materia económica, social y de seguridad, que requieren liderazgo claro y un gabinete sólido, comprometido con las soluciones más que con pugnas internas. Si la administración Petro no logra encauzar el rumbo, los efectos de esta inestabilidad podrían ser irreversibles y terminar afectando incluso las bases del proyecto político del presidente.
En un momento en que el gobierno necesita ajustes urgentes, el dilema es claro: Petro debe decidir si su administración sigue atrapada en lealtades incómodas y presiones internas o si realmente tiene la capacidad de hacer los cambios que el país reclama. El tiempo corre y la credibilidad está en juego. Más que nunca, el mandatario necesita demostrar que está dispuesto a gobernar sin ataduras, priorizando el bienestar del país sobre cualquier otra consideración política o personal.