mayo 19, 2024

La Gran Colombia en contravía a la Santa Alianza

Por: Gerney Ríos González

Presidente Academia de Historia José María Córdova Muñoz

“No me queda otro camino que la victoria o la muerte. Dentro de cuatro días: O vencedor, o mordiendo tierra en el campo de batalla”.

José María Córdova Muñoz, Perú 5 de diciembre de 1824

“Echemos el miedo a la espalda y salvemos la Patria”

Simón Bolívar

“La libertad del Nuevo Mundo es la esperanza del Universo”

Simón Bolívar

“La injusticia monárquica e imperial, es una amenaza a la justicia en América del Sur”

José María Córdova Muñoz

Derrotados en la Pampa de Quinua en Ayacucho, Perú, el 9 de diciembre de 1824 y la victoria de los patriotas, supuso la desaparición del contingente realista-español más importante que seguía en pie de invasor e imperial, por tanto, era de esperar que un triunfo esencial, permitiría superar las diferencias y antagonismos presentados entre los diferentes colectivos, grupos y vertientes en el complejo y tortuoso proceso emancipador. Infortunadamente, aconteció todo lo contrario.

El éxito de Ayacucho, en lugar de cohesionar e integrar los pueblos liberados, se convirtió en un paliativo peligroso, lleno de arenas movedizas con características tixotrópicas, como si lustros de guerras, padecimientos, sufrimientos e inmolaciones para lograr la victoria, hubieran acabado y marchitado las energías y positivismo propio de la integración.

Los conductores del Nuevo Mundo adolecieron de retrospectiva y visión para contextualizar que la batalla librada en Ayacucho constituyó una operación militar novedosa e innovadora, efectuada en las alturas estratégicas, una de las contiendas definitivas en el ajedrez global, que significó cambiar las dinámicas entre el mundo sometido, sumiso y dócil, enmarcadas al término de la distancia por los soberanos de la Santa Alianza y los pueblos motivados a transformar el orden geosociopolítico vigente.

La Santa Alianza fue un acuerdo concebido a instancias del zar Alejandro I, de Rusia, el rey Federico Guillermo de Prusia y el emperador Francisco I, de Austria, el 26 de septiembre de 1815 en París, Francia, tras la batalla de Waterloo, nueve años antes de la confrontación en Ayacucho. Los tres monarcas utilizaron la doctrina cristiana, fundamentando sus relaciones políticas en los principios de caridad, justicia y paz con el fin de contrarrestar el liberalismo y secularismo, surgido de la Revolución francesa. En lo pactado decidieron influir donde fuera necesario para defender las monarquías, los principios del absolutismo y aplastar cualquier cambio fundamental en la estructura del poder. Fernando VII firmó el Tratado un año después por las gestiones del plenipotenciario ruso Dmitri Pávlovich Tatischeff, muy cercano al rey de España.

Lo anterior no relaciona la Cuádruple Alianza de 1815, vinculante del Reino Unido, precisamente porque la Santa Alianza era un instrumento contra la política exterior británica.

Los movimientos independentistas indoamericanos liderados por Bolívar, Córdova, Sucre, San Martín, Iturbide, O´Higgins, Morazán, entre otros, eran vistos por las potencias europeas con preocupación, pues el Viejo Continente buscaba la integridad y consolidación de los poderes tradicionales. En agosto de 1818, España solicitó la mediación de las monarquías a cambio de una amnistía general, libertad de comercio, igualdad de los cargos en América y adoptar las medidas propuestas por los nacientes aliados. Prusia, capital Berlín, era el reino del centro de Europa, existente entre los siglos XVIII y XX; abarcó el norte de Alemania, Polonia, Lituania, parte de Dinamarca y Kaliningrado, extremo occidental de Rusia, con 15 mil kilómetros cuadrados de extensión.

El antídoto a las revoluciones por la libertad y la autodeterminación de los pueblos, abanderadas por Bolívar, Córdova, Nariño y Sucre, tuvo su inspirador en el político, estadista, diplomático e internacionalista, Klemens von Metternich, I Conde y luego príncipe de Metternich-Winnenburg, Ministro de Asuntos Estratégicos del Imperio de Austria, durante seis lustros; además, ejerció paralelamente de Canciller desde 1821, año en el que se creó el cargo, hasta la aparición de las revoluciones en 1848. Archienemigo declarado de Napoleón I.

El imperio influenciado por Clemente Metternich, incluía los territorios de Austria, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, la región de Voivodina en Serbia, y regiones menores por el norte de Italia, Rumania, Polonia y Ucrania.

Los desarrollos y móviles de la política de la Santa Alianza y su cerebro, el conde-príncipe, Metternich, apodado “el cochero de Europa”, tuvieron fundamento en la convicción de que la paz mundial solo se lograría por el acuerdo entre las grandes potencias, prescindiendo de los pequeños Estados, además, la clave se encontraba en su profunda intuición de las relaciones existentes a través de concatenar la paz internacional con la estabilidad social y política interna de las naciones.

Antagónico e irreconciliable con esos planteamientos de Matternich, eran las revoluciones liberales, lideradas por Bolívar, Córdova y Nariño contra las monarquías e imperios tradicionales, direccionadas hacia la preponderancia y dominio de la soberanía popular, contraria a la paz forzada e intimidatoria, impuesta en el Congreso de Viena, iniciado el 18 de septiembre de 1814 y finalizado el 9 de junio de 1815, orientado por las monarquías imperiales que derivaban su autoridad fundamentada en la legitimidad. “El primer principio de la Alianza de las grandes potencias, es el mantener todas las instituciones legalmente existentes. La paz general sólo es posible con esta condición”, anotaba el príncipe Matternich al emperador de Austria.

Para Matternich, lo pactado por las grandes potencias en política exterior, no revestía importancia cuando perseguía mantener el equilibrio de poder entre ellas, como cuando se encaminaba a evitar las verdaderas causas de la guerra, consistente en las revoluciones contra el orden social imperante. Por tanto, la Santa Alianza, inspirada por él y su aliado estratégico el zar de Rusia, Aleksandr Pávlovich, soberano gobernante sobre otros reyes y grandes príncipes-duques del Imperio ruso, instaurador explícitamente con la resistencia y disensión de Inglaterra, del principio de intervención, donde las potencias coaligadas proclamaban y obligaban a reaccionar inmediatamente, por las armas, disuadiendo cualquier intento de Estado-Nación a través de sublevación, rebelión e insurgencia contra el orden establecido o apoyar ipsofacto a gobierno aliado, afectado dentro de su territorio por un movimiento subversivo.

En aplicación de esta doctrina, el 14 de diciembre de 1822, el Congreso de Verona impuso a Francia restaurar disuasivamente por medio de las armas, el absolutismo de Fernando VII en España. Tiempo en el cual los cancilleres convenían la intervención militar franco-hispano en América con el fin de imponer la autoridad sacratísima-suprema en sus invasiones de ultramar. La cumbre en la cuna de Romeo y Julieta, a orillas del rio Adigio, contó con la presencia de plenipotenciarios de la Cuádruple Alianza, fundada en 1815 por los Imperios de Rusia y Austria, el Reino de Prusia, integrantes de la Santa Alianza y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, a la que en 1818 se había adherido el Reino de Francia, dando nacimiento de facto a la Quíntuple Alianza.

En síntesis, Matternich no consideraba posible la convivencia pacífica de las naciones con movimientos de inconformes, socialmente capaces de sobrepasar fronteras y determinar sublevaciones generalizadas contra la jerarquía interna de esos poderosos países. En su condición de excelente galán y seductor de mujeres bellas y poderosas el conde-príncipe le escribía a su amante, la hermosa princesa de Lieven: “Un espíritu de innovación o, mejor dicho, de desorden amenaza la calma de todos los Estados. Es preciso oponerle un instinto de conservación, buscar la consolidación y fortificación de las instituciones que existen con tal de que tengan un origen legítimo, que deben ser mantenidas a todo trance. Te amo en silencio mudo”. Todos los caminos conducían a la beldad Dorothea B., desde Moscú, París, Madrid, Londres, Berlín, Viena, hasta los campos de batalla.

Dorothea von Benckendorff, “amante” del poder global, “diosa” legendaria, “reina” de las armas, “señora” del valor y de la gloria rossiyane, hija del general de infantería ruso Benckendorff, ministro de policía del zar Pablo I, hermana de los militares y diplomáticos soviéticos del arma de infantería, Alexander y Konstantin von Benckendorff; casada cuando tenía 15 años con el teniente general moscovita, Christophe de Lieven, Ministro de la Guerra.

Surgiría luego en el globo terráqueo un duelo a través del mercantilismo contra el absolutismo y constante intervencionismo con aristas diferentes. En contravía de la Alianza Santa aparecería la Gran Bretaña con intereses propios y su enseña “el Reino Unido jamás será vencido”. El mercantilismo inglés adoptaría el control del comercio internacional con un amplio abanico de medidas destinadas a fomentar la exportación, sancionar la importación con la estrategia de tasas aduaneras sobre las compras y subvenciones a las ventas de productos al exterior, dinámico en contrarrestar nuevos liderazgos, verbigracia, su decisiva participación en la derrota infringida a Napoleón Bonaparte y la Revolución Francesa, sin importar la repartición de la Guyana y el Caribe con Holanda y los leones naranjas, junto a los gallos con sus colores, blanco de la monarquía, y azul y rojo de la ciudad de París.

Evitaba así, el triunfo de una nueva gran potencia europea que, fracturaría el consuetudinario equilibrio del dominio global que Inglaterra precisaba preservar, mientras su crecimiento colonial en el mundo ultramarino se apropiaba de las grandes rutas del comercio penetrando con sus productos los puertos de Suramérica, África y Asia, consolidando de paso el sindicato aglutinado a través de la Commonwelth, regentado por la Corona anglosajona y sus 53 Estados.

La victoria inglesa sobre Napoleón representó que la Gran Bretaña se apoderara casi de la totalidad de los océanos y que, con el dominio sobre el Pacífico, Atlántico, Índico, Ártico y Austral-Antártico, levantara un imperio cuyas fronteras concurrieran con las costas de todos los mares en perjuicio de Francia, España, Holanda y el resto de poderosas monarquías.

En el despliegue de esta estrategia colonial, la anglo-esfera avaló al rey Pedro I de Brasil en sus enfrentamientos con el expansionismo lusitano-portugués, ganándose un aliado en América, igualmente, en las hostilidades entre los gobiernos de Rio de Janeiro y Buenos Aires por la dominación de la Banda Oriental, participaba diligentemente con el objetivo de alcanzar preponderancia en el extremo meridional del continente en los puertos internacionales de Argentina en Bahía Blanca, Quequen, Rosario y Santa Fe, de cuyas aduanas dependía el comercio de las regiones del sur. 

Sumado a lo anterior, la coronación de Agustín Cosme Damián de Iturbide y Aramburu con el cargo de emperador de México el 22 de mayo de 1822 y titulado Agustín I. Igualmente, la motivación de la clase conservadora chilena de cooperar en los planes monárquicos de José Francisco de San Martín y Matorras, luego, el poder de la aristocracia peruana, en primera línea y “alerta roja” posterior a la batalla de Ayacucho, con el máximo deseo de expulsar el “zambo”, denominación peyorativa de Simón Bolívar que en las dinámicas de ese espectacular triunfo, proeza de José María Córdova, había una delicada realidad geoeconómica, adportas de ser capitalizada por la Santa Alianza o por Inglaterra para establecer en esta Indoamérica en ebullición un pragmático neocoloniaje.

Lo precitado, visualizado por Bolívar en escritos a Santander y Córdova: “En toda la América meridional, no hay más que Colombia que sea fuerte; todo lo demás se desbarata fácilmente. Cada día se pone peor el Sur de América; el día que yo me vaya del Perú se vuelve a perder; porque no tiene hombres capaces de sostener el Estado”.

Posterior de la excepcional victoria patriota en la Batalla de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824, hace 200 años, el panorama de la América Andina era opuesta a la europea, pues en el Viejo Continente estallaba la revolución de los pueblos contra las monarquías y en el Nuevo Mundo cursaba en desarrollo un levantamiento de los dirigentes contra las doctrinas democráticas lideradas por Bolívar, Córdova, Sucre y Nariño, guiados desde la perspectiva colombiana.

Aquí, Bolívar y Córdova, con su entorno cercano, contextualizaban los planteamientos del conde-príncipe Metternich, gestor de la estrategia para contrarrestar la revolución liberal, concebida en el cambio profundo de las estructuras políticas y geoeconómicas de la región, inclinándose por aplicar procedimientos análogos a fin de contraponerse en América a las políticas burguesas y así, afianzar las doctrinas democráticas.

En tanto, el alemán Clemente Metternich, sostenía que la paz mundial estaba concatenada a la extensión del tradicional orden social; en el Nuevo Mundo, Simón Bolívar y José María Córdova, socializaban que la paz indoamericana relacionaba la cohesión en el marco de la aplicación e integración de los principios democráticos y republicanos.

“Debemos imitar la Santa Alianza en todo lo relativo a la seguridad política. La diferencia no debe ser otra que la relacionada a los principios de justicia. En Europa todo se hace por la tiranía, acá es por la libertad. Lo que ciertamente nos constituye enormemente superiores a los tales aliados…los ejércitos de ocupación en Europa son una invención moderna y hábil… por lo mismo, nosotros debemos tener este Ejército en el Alto Perú hasta la reunión del Congreso Anfictiónico de Panamá a celebrarse entre el 22 de junio y el 15 de julio de 1826, destinado a ser la respuesta de la América democrática al congreso de Viena”; planteamiento visionario de Bolívar al expansionismo imperial.

José María Córdova Muñoz, Héroe de Ayacucho, en carta a Francisco de Paula Santander, vaticinaba: “La Injusticia monárquica e imperial es una amenaza a la justicia en América del Sur”.            

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