por Carlos Rodado Noriega
(Conferencia pronunciada por Carlos Rodado Noriega en la Quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Marta, el 17 de diciembre de 2024)
Con profundo respeto llegamos a este santuario de la patria para rendirle homenaje al más grande de los americanos, en el lugar que lo acogió en los últimos días de su agitada existencia. Ningún lugar más apropiado para la expiración de un héroe que esta Florida San Pedro Alejandrino, en las proximidades del Mar Caribe, cerca del río Manzanares y rodeada de ceibas, samanes y tamarindos. El tamaño y anchura de sus copas guardan proporción con la grandeza del hombre que tuvo aquí su último aliento terrenal.
Pocos héroes militares o líderes políticos en la faz del universo han logrado hazañas tan prodigiosas como las que Bolívar realizó, tan altas en la escala de las realizaciones humanas que hoy se miran como inalcanzables para el resto de los mortales. Los anales de la historia no registran muchos seres humanos que hayan tocado tan alto los dinteles de la gloria, ni tampoco quienes después de alcanzarla hayan terminado su vida con tanta amargura provocada por la ingratitud de aquellos a quienes más había servido. Fue Bolívar un ser de carne y hueso, con luces y sombras, con virtudes y defectos como cualquier humano, pero sus acciones en el teatro de la guerra asombraban como las proezas de los héroes mitológicos, y sus ideas como político y estadista lo mostraban como un ser superior a todos sus contemporáneos en el ámbito continental.
Desde temprana edad tuvo la convicción de que había nacido para realizar propósitos grandes, pero esa misión tuvo que cumplirla en medio de contradicciones: nació en cuna privilegiada en un ambiente familiar de abundancia, pero el destino le señaló que debía organizar ejércitos de pobres carentes de todo. Sin embargo, con esfuerzo y perseverancia les consiguió armas, municiones y uniformes, tan vistosos que le causaban pánico al enemigo. Pertenecía a la clase social de los mantuanos, que miraban con desdén a negros y mulatos y se sentían superiores a los demás criollos, pero una fuerza interior irresistible lo llevaba a fundar naciones y redactar constituciones que proclamaban la igualdad social; era dueño de millares de esclavos que laboraban en las extensas haciendas de cacao y caña de azúcar heredadas de su padre, pero un imperativo categórico de su conciencia le indicaba que debía luchar para acabar con la esclavitud.
Bolívar sobresalió no sólo como estratega militar sino como un gran líder político, poseedor de una agudeza visionaria que le permitía ver con claridad desenlaces futuros que no podían vislumbrar los que estaban a su lado o compartían con él responsabilidades de mando. Pero también sabía leer el pasado y extraer conclusiones aleccionadoras, para no repetir amargas experiencias que impedirían o retardarían el logro de la independencia que se buscaba con ahínco y en algunos casos con desesperación. Cada vez que sus consejos fueron desoídos en circunstancias de peligro, los resultados fueron catastróficos para la causa patriota.
Ha sido uno de los personajes históricos más elogiado y más vilipendiado, pero es lo que ocurre con figuras de su talla, como Alejandro Magno o Napoleón, que suscitan mucha envidia, esa pasión perversa que no les permite a algunos individuos aceptar que alguien sea más eminente que ellos, porque carecen de esa cualidad personal que tanto valoraba Thomas Carlyle: “la de saber admirar a uno más grande que nosotros”. La historia, sin embargo, se va decantando y muestra los defectos y las equivocaciones del Libertador, lo que lo hace más humano, distanciándolo de los mitos que se tejen alrededor de los próceres. Pero desconocer su grandeza es como afirmar que el sol es muy pequeño porque uno puede tapar su brillo deslumbrante con un libro pequeño o incluso con una mano. Lo que Bolívar realizó lo destaca como uno de los personajes insignes de la historia de la humanidad, por eso miles de plazas llevan su nombre y otras tantas estatuas se han erigido en homenaje al guerrero y estratega militar cuyas acciones y dirección en las batallas fueron determinantes para lograr en 12 años la independencia de cinco naciones, que hoy son seis: Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá.
Para materializar esa proeza debió cabalgar con la antorcha de la libertad unos 20.000 kilómetros, una distancia que es aproximadamente media circunferencia de la Tierra. La distancia que recorrió es varias veces más que la recorrió Napoleón, incluso mayor que la que anduvo Alejandro Magno que llevó su ejército hasta la India. Bolívar escribió unas 3.000 cartas y un centenar de manifiestos y proclamas, lo que indica la intensidad de ocupación de su mente para estar dando órdenes y enterándose de todo lo que estaba bajo su mando.
La resistencia física de Bolívar era descomunal y, por eso, pudo recorrer esas larguísimas distancias en cabalgaduras que siempre iban con apremio, sobre todo por el temperamento hiperactivo de Bolívar que lo hacía moverse de un lugar a otro de manera repentina. Guardaba en su interior una energía incontenible que debía desahogar en acción inmediata. Su cuerpo y su mente no podían estar quietos, ni siquiera cuando dormía: el dinamismo era su destino. Siempre de afán para llegar a un determinado lugar con oportunidad y sorprender al enemigo, pues estaba convencido de que muchas victorias militares se decidían posicionándose primero que el adversario en sitios estratégicos como una colina, un promontorio o la parte alta de un desfiladero, sitios que dan una considerable ventaja en la guerra.
Pero también era de admirar su resistencia psicológica y emocional, que le permitía tener confianza y fe en momentos desfavorables de una confrontación bélica o en las circunstancias más dramáticas de su existencia. Uno de esos momentos cruciales, donde se pudo ver qué clase de ser humano era Bolívar, aconteció en la campaña de Perú. A mediados de noviembre de 1823, el Libertador acompañado de un contingente de infantería y un escuadrón de caballería marchó hacia Pativilca, donde estableció un centro provisional de operaciones. Desde ese lugar partió a realizar un recorrido para seleccionar sitios que pudieran servir como puntos de acantonamiento para el Ejército Unido Libertador,. Hizo un reconocimiento del Callejón de Huaylas, y luego se trasladó a Trujillo y después a Cajamarca, situada a 305 kilómetros de distancia. En todos estos lugares, con su habitual energía, dio instrucciones detalladas a las tropas y dictó disposiciones sobre avituallamiento del ejército. Fue un viaje extenuante, con cambios de altitud y temperatura, que terminó afectando su salud. Se sentía mal y decidió regresar a Pativilca, a donde llegó el 3 de enero de 1824. Estaba gravemente enfermo de tabardillo, voz con que se describía por entonces el tifus exantemático, que parece haber sido endémico en la región, aunque también los soldados llamaban así a la insolación.[1]. El mal que sentía Bolívar se lo describió a Santander en una carta con estas palabras:
He llegado hasta aquí [Pativilca] y he caído gravemente enfermo. Lo peor es que el mal se ha entablado y los síntomas no indican su fin Es una complicación de irritación interna y de reumatismo, de calentura y de un poco de mal de orina, de vómitos y de dolor cólico. Todo esto hace un conjunto que me ha tenido desesperado y me aflige todavía mucho. Ya no puedo hacer un esfuerzo sin padecer infinito.
Cuando don Joaquín Mosquera que se desempeñaba como ministro plenipotenciario ante los gobiernos de Perú y Chile tuvo conocimiento de que el Libertador estaba muy enfermo lo visitó y al encontrarlo completamente postrado y “con el corazón oprimido”, le preguntó: Y qué piensa usted hacer ahora?, entonces avivando sus ojos huecos y con tono decidido le contestó: ¡Triunfar!”.
Este es uno de los momentos cruciales de la independencia y de la vida de Bolívar que con un gran espíritu de superación le hacía quites a la muerte, como se los hizo tantas veces en los campos de batalla. Pero aún en ese estado seguía dando órdenes para que organizaran en Trujillo una poderosa caballería y, para ese fin, mandó fabricar herraduras en Cuenca, Guayaquil y otras poblaciones. Al mismo tiempo disponía que se confiscaran todos los caballos aptos y, para mantenerlos en buen estado, ordenó que los mantuvieran bien alimentados con buena alfalfa. Por otra parte, ya tenía previsto un plan de operaciones que contemplaba el ascenso de los Andes en busca de los realistas. ¡Ese era Bolívar!
Sucesos memorables
La vida de este prócer insigne está llena de episodios estelares. Es asombroso lo que Bolívar logró realizar en 47 años de existencia, y en apenas 12 años de gestas militares. Hacer un recorrido, aún somero, de esos eventos excede los límites de tiempo a los que debe someterse una intervención como la que tengo el honor de hacer en este homenaje póstumo cargado de enorme significación. Me limitaré a señalar algunos de esos momentos memorables de la vida del Libertador, donde hubo triunfos y fracasos y luces y sombras en las decisiones que tuvo que adoptar pero, aún así, el balance deja ver un brillo resplandeciente que iluminó los caminos de la libertad para un mundo irredento, y es esa la razón por la cual el héroe es admirado en todas las naciones del universo.
Empezaré mencionando el juramento en el monte Sacro el 15 de agosto de 1805 en el que se comprometió, delante de su maestro y mentor don Simón Rodríguez, a consagrar su vida a la liberación del continente latinoamericano. Tenía 22 años y ya soñaba con realizar empresas heroicas de una dimensión continental. El texto de ese juramento es bien conocido y no es necesario repetirlo aquí.
Siete años más tarde, el 26 de marzo de 1812, ocurrió uno de los mayores infortunios para la causa independentista de Venezuela. Un terremoto muy fuerte destruyó casi totalmente las ciudades de Caracas, la Guaira, Barquisimeto, Mérida y otras poblaciones de Venezuela, mientras sus habitantes horrorizados imploraban la misericordia divina. Esta circunstancia fue hábilmente aprovechada por los realistas, que utilizaron al clero de nacionalidad española como punta de lanza para sembrar más pánico en la población, manifestando en todos los sermones que lo que había ocurrido era un castigo de la Providencia por desobedecer la autoridad del monarca español, y la inmensa masa del pueblo creía que en verdad el cataclismo sufrido era el “azote de Dios irritado” por desafiar la voluntad divina que el rey encarnaba. Estas reprensiones, oídas por una masa ignara y sumida en la superstición, resultaron más creíbles al presentarse el 4 de abril un nuevo sismo que puso de rodillas a toda la población. Murieron miles de personas, entre ellas, centenares de oficiales y milicianos del ejército patriota. La devastación fue total: armamentos, parques de munición, pertrechos, la esperanza de muchas campañas, todo fue aniquilado en breves instantes[2].
Fue en esos momentos de calamidad pública y de zozobra colectiva, cuando Bolívar observando las ruinas que había dejado el terremoto exclamó: “Si la naturaleza se nos opone contra ella lucharemos y haremos que nos obedezca”. Era una frase irreverente que denotaba una confianza ilimitada en sus capacidades humanas para afrontar un fenómeno de fuerzas naturales que no puede controlar el hombre.
Para hacerle frente a esa adversidad, el Ejecutivo federal llamó a Francisco Miranda y le delegó el poder absoluto de la república con el título de generalísimo, investido como autoridad suprema de las fuerzas de mar y tierra, para salvar la república. Pero durante los dos meses siguientes, de mayo y junio, resultaba prácticamente imposible cambiar las circunstancias adversas y la correlación de fuerzas que jugaba a favor de los realistas. Los sermones de curas peninsulares hacían más daño al ánimo y a la moral republicana que los cañonazos de las tropas comandadas por el jefe realista Domingo de Monteverde.
La traición de Fernández Vinoni
Una de las pocas plazas que no había caído en manos de los españoles fue la de Puerto Cabello, la más importante de las ciudades costeras, cuya defensa se la había confiado Miranda al coronel Bolívar. Infortunadamente para la causa patriota, el 30 de junio de 1812, Francisco Fernández Vinoni, un subteniente de las milicias de Aragua de origen canario, encargado de custodiar el Castillo de San Felipe en Puerto Cabello, se sublevó con todos los presos y una gran parte de los soldados. Los amotinados se apoderaron de más de 3.000 fusiles y de gran cantidad de pólvora, municiones y piezas de artillería guardados en los almacenes. Inmediatamente, los realistas empezaron a bombardear la ciudad y la rada, hundiendo o dañando los bergantines que allí estaban y capturando varias goletas y lanchas cañoneras. Esta acción sorpresiva desconcertó a los vecinos de Puerto Cabello que huyeron despavoridos. El ejercito patriota que apenas se estaba organizando quedó desarticulado y diezmado.
Consumada la traición, Bolívar con su tropa se mantuvo combatiendo hasta el 6 de julio, pero a pesar de los denodados esfuerzos por defenderla, debió abandonar la plaza y dirigirse hacia la Guaira. El impetuoso comandante reconocería en carta enviada a Miranda, lleno de vergüenza y de ira que había tenido que abandonar “el último asilo de la libertad y la gloria de Venezuela” Y agregaba en esa misiva: “La patria se ha perdido en mis manos”. Años más tarde escribiría: “La suerte infausta del Castillo de Puerto Cabello destruyó mi Patria y me quitó el honor”.[3]
En Puerto Cabello terminó de manera lamentable la Primera República de Venezuela, después de una guerra atroz, en la que los españoles pusieron en práctica la llamada guerra a muerte que no perdonaba la vida de civiles, ni reparaba en sexos ni edades para realizar ajusticiamientos, porque todos por acción u omisión ofendían a su Majestad Real. Fueron pues los peninsulares los iniciadores de una metodología que daría lugar a retaliaciones igualmente inhumanas por parte de los patriotas venezolanos. Ambas actitudes y comportamientos son inexcusables a la luz del derecho de gentes y del respeto debido a la dignidad humana, pero para la verdad histórica debe quedar claro que fueron los españoles los primeros en utilizar esa práctica cruel y despiadada, aunque ese hecho no exculpa a los republicanos que la replicaron como forma de desquite.
La pérdida de Puerto Cabello fue el revés bélico más grave sufrido por la República de Venezuela, que quedaba herida en el corazón, apenas con un año de existencia. En esos momentos críticos, Miranda, consciente de la ostensible desigualdad de las fuerzas contendientes, de la continua deserción de oficiales y milicianos, del estado anímico debilitado que veía en sus tropas, y tratando de evitar una hecatombe en las huestes patriotas, aprobó los términos de la capitulación exigida por Monteverde. Esta acción disgustó profundamente a Bolívar y al resto de oficiales que no miraban con buenos ojos al jefe supremo. En ese ambiente de pasiones desbordadas, el grupo de oficiales promovió una reunión secreta con el comandante militar de La Guaira, Manuel María Casas, y con el gobernador civil y político, Miguel Peña. Aunque los asistentes no le dieron a la reunión el carácter de un consejo de guerra, en la práctica lo fue, y en la noche del 30 de julio decidieron poner preso a Miranda, que había llegado a La Guaira con el propósito de viajar al exterior, como lo permitía la capitulación que había suscrito con Monteverde.[4]
Los encargados de aprehenderlo fueron los coroneles Simón Bolívar, Tomás Montilla y el francés Rafael Chantillon. Pero lo más grave no fue someterlo a prisión, sino entregárselo a las autoridades españolas a sabiendas de que le darían un tratamiento inhumano. Triste final de un patriota y militar distinguido, líder y precursor del movimiento independentista y una de las personas que más contribuyó a divulgar en América las ideas que surgieron del Siglo de las Luces y de la Revolución Francesa.
Una reacción injustificable
La actitud asumida por Bolívar en ese penoso episodio ha dado lugar a una controversia histórica entre quienes defienden o justifican su proceder y aquellos que consideran que difícilmente se puede justificar. En nuestra opinión, Miranda capituló para evitar una masacre de patriotas, una razón similar a la que esgrimió el propio Bolívar para abandonar la plaza de Puerto Cabello, después del amotinamiento de los presos. La verdad es que todos, Miranda, Bolívar y el cuerpo de oficiales y combatientes patriotas, habían perdido la guerra en 1812, pero en el ambiente caldeado que se vivió después del colapso de Puerto Cabello, el generalísimo, por su prominencia, resultó ser el único responsable. Con razón se ha dicho que la victoria tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana. Ningún ejemplo mejor que este insuceso de Venezuela.
La actitud de Bolívar de entregar a Miranda en esa hora crítica para la causa republicana, fue la reacción de un temperamento volcánico que, en medio de la ofuscación producida por la derrota, lo llevó a creer que la capitulación de Miranda había sido una traición. Esta convicción la mantuvo hasta el final de su vida y de ella nunca se arrepintió. Pero ese fue un juicio equivocado que lo impulsó a adoptar una determinación exagerada y, por lo mismo, difícil de justificar.
Miranda fue entregado a sus enemigos que lo sometieron a toda clase de vejámenes y tormentos en las bóvedas de La Carraca, en Cádiz. Allí murió el 14 de julio de 1816, cuatro años después de la aprehensión que lo puso en manos de sus enemigos. Cuando ya su aliento se apagaba, transido de dolor y amargura, este grande hombre terminaba su existencia abatido por un destino fatal. En su postrera agonía, comparando el dolor físico de su prisión con el dolor que le produjo la ingratitud de sus antiguos amigos, decía: “me duelen más las cadenas que llevé en La Guaira”.[5]
En relación con la referida capitulación algunos historiadores llegan a afirmar que el pasaporte que obtuvo Bolívar para salir de Venezuela fue una retribución por la ayuda prestada a los españoles al entregarles el patriota de más alta jerarquía en ese momento. Esta deducción la hacen a partir del relato del historiador José Manuel Restrepo quien sostiene que, cuando Manuel María Casas comandante militar de la plaza de La Guaira, en una actitud doble y falaz, impedía que se embarcaran Bolívar y los demás patriotas que se encontraban altamente comprometidos como insurgentes, terció el español Francisco Iturbe que apreciaba mucho a Bolívar y consiguió de Monteverde un pasaporte para salir de Venezuela en calidad de desterrado hacia Curazao.[6]
El primer arribo a Cartagena
Me he detenido en el episodio de la caída del baluarte de Puerto Cabello porque fue como consecuencia de ese acontecimiento desafortunado que Bolívar debió salir de Venezuela y, después de una breve escala en la colonia holandesa, llegó a Cartagena por primera vez, el 14 de noviembre de 1812, en compañía de los venezolanos Miguel y Fernando Carabaño, y del español Manuel Cortés Campomanes. Los tres tenían el grado de coronel y aunque habían sido derrotados en Venezuela, traían un bagaje de experiencia y conocimiento en tácticas y estrategias de guerra, lo que constituía un activo valioso en las circunstancias críticas que afrontaba la provincia de Cartagena, que se encontraba en guerra con la vecina realista de Santa Marta. Por eso, sin pérdida de tiempo, les fueron asignadas misiones muy importantes, donde mostrarían su arrojo y competencia militar. Un poco antes había llegado Pierre Labatut, un oficial francés que estuvo combatiendo en las filas del ejército de Napoleón y luego hizo parte de la oficialidad extranjera que acompañó a Miranda en su campaña independentista de Venezuela. El coronel Bolívar quedó bajo el mando del general Labatut.
En la provincia de Cartagena no había militares experimentados que pudieran dirigir los frentes de guerra, por eso la llegada del grupo de oficiales provenientes del vecino país se vio con buenos ojos. La experiencia de esos oficiales no se podía desaprovechar y, por lo mismo, el gobernador Rodríguez Torices, que había sido investido de poderes dictatoriales para defender al nuevo Estado de la agresión realista los vinculó a las fuerzas republicanas de Cartagena y les asignó posiciones de mando a cada uno de ellos según su rango.[7]
En las dos provincias se libraron combates memorables en los que el coronel Bolívar fue protagonista estelar y que merecen mencionarse en este relato. Me referiré a ellos de manera sucinta porque mi interés es destacar esa otra faceta del Libertador que lo hizo notable como político y como estadista visionario y, para ello, analizaré dos de los escritos donde se muestra como un verdadero maestro de la ciencia política. Primero, el documento fechado el 15 de diciembre de 1812, con el título de: “Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño”, y conocido en la historia con el nombre de “Manifiesto de Cartagena”. Luego me referiré al documento escrito el 6 de diciembre de 1815 en Kingston, Jamaica, con el título de: “Contestación de una americano meridional a un caballero de esta isla, Henry Cullen, más conocido como “Carta de Jamaica”. Pero antes de analizar esos escritos de Simón Bolívar, es pertinente hacer una referencia a algunos episodios bélicos acaecidos en el Caribe colombiano en los que él fue protagonista estelar.
Bolívar: un guerrero incomparable
Mientras se libraba la guerra con la provincia de Santa Marta, el general Labatut, investido de los poderes que le había dado el gobernador Rodríguez Torices, le asignó a Bolívar la defensa del portezuelo ribereño de Barranca del Rey,[8] aguas arriba de Calamar, pero esa misión era de pocos alcances para un genio militar de su envergadura. Un hombre que había sido señalado por el destino para superar las proezas de Alejandro Magno o de Napoleón no se podía contentar con la vigilancia de un modesto embarcadero fluvial. Su espíritu de guerrero incansable lo empujaba permanentemente a la acción. Las misiones estáticas al estilo de los centinelas eran para él un suplicio. Por eso, dando rienda suelta a sus ímpetus independentistas, le escribió a Labatut diciéndole que dado que en Barranca del Rey no tenía oportunidad de combatir, le solicitaba “autorización para tomar la plaza y fortaleza de Tenerife”, la más importante del Bajo Magdalena, guarnecido por 300 soldados realistas que obstruían la navegación hacia la parte alta del río. El Comandante francés no accedió a esa solicitud, y Bolívar, que no estaba hecho para aceptar límites tan estrechos cuando le apuntaba al bien supremo de la libertad, en abierto desafío a la orden recibida, se dispuso a marchar río arriba con los 200 hombres que tenía bajo su mando y se dirigió hacia Tenerife. El 23 de diciembre, mediante una intrépida arremetida, se apoderó de ese fuerte ribereño y puso en huida a la guarnición que lo custodiaba.
Luego se tomó las poblaciones de Plato y Zambrano y avanzó hacia Mompox, donde desembarcó en champanes el 26 de diciembre de 1812. Allí lo recibieron en medio de aclamaciones y era tal el entusiasmo de sus habitantes que unos 300 hombres con experiencia militar se ofrecieron a engrosar las filas del ejército patriota. A su turno, el gobernador Celedonio Gutiérrez de Piñeres le donó a Bolívar víveres, armas y municiones para apoyar su campaña libertadora. Labatut, que sufría con el éxito del oficial caraqueño, lo acusó de desobediencia y pidió que se le juzgara en un consejo de guerra, pero el gobernador de la Provincia, Manuel Rodríguez Torices, advirtiendo que en la petición del francés había más envidia que ánimo de sancionar un desacato, respaldó a Bolívar y le ordenó a Labatut que se trasladara hacia la parte de Bocas de Ceniza, para alejarlo de la zona donde estaba actuando el primero.
El coronel Bolívar continuó con su expedición por el Bajo Magdalena y puso en retirada a los españoles acantonados en los pueblos de la margen oriental del río: Guamal, El Banco y Puerto Real de Ocaña, que hoy se llama Gamarra. Los realistas huyeron hacia Chiriguaná y hasta allá los persiguió, derrotándolos el primero de enero de 1813.[9] Se dirigió luego a Tamalameque, y en las inmediaciones de esa población venció al capitán Valentín Capmaní[10]; desde allí siguió hacia el sur y a la altura de Puerto Real, subió con su tropa hasta Ocaña, puso en fuga a las tropas enemigas allí acantonadas, y entró, “entre vivas y aclamaciones de aquel pueblo que estaba oprimido por los realistas de Santa Marta”.[11]
Estando en Ocaña recibe una nota de Manuel Del Castillo y Rada pidiéndole ayuda para combatir al general español Ramón Correa, que venía con 700 soldados a invadir la Nueva Granada por Cúcuta. Bolívar atendió el llamado y se encaminó hacia esa ciudad, a donde llegó antes de que llegara Del Castillo y derrotó estruendosamente al general realista Ramón Correa. Después de un fuerte altercado con Del Castillo siguió su exitosa campaña hacia Venezuela, donde libró 6 batallas memorables, triunfando en todas ellas, y concluyó en Caracas, donde entró victorioso y fue recibido por una multitud delirante que lo aclamaba diciendo: “Viva el Libertador”, título que ya nadie le quitaría y con el que se le conocería durante toda su vida y se prolongaría para la historia. Como se puede apreciar, la llamada Campaña Admirable de 1813, no empezó en Venezuela sino en Barrancas del Rey, en diciembre de 1812, donde Bolívar inició la asombrosa Campaña del Bajo Magdalena.
Podríamos seguir enumerando triunfos militares del estratega sin par, como los que obtuvo en Boyacá, Pichincha, Junín y Ayacucho, para sólo mencionar los de mayor significación histórica. Sin embargo, nuestro interés en esta intervención, como dijimos antes, es poner de relieve al estadista que es capaz de imaginarse el sistema político más adecuado para una nación en determinadas circunstancias, es decir, el sistema que promueva con más eficacia el bienestar de los asociados y garantice la paz entre ellos. Esa concepción la sintetizaría más tarde en su discurso al Congreso de Angostura en 1819, diciendo: «El sistema de gobierno más perfecto, es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política …”.
Los maestros de Bolívar
Bolívar fue un hombre de vasta cultura, un hecho que se podía evidenciar en sus cartas, mensajes y discursos, de una profundidad similar a los escritos de los más notables pensadores del Siglo de las Luces. El guerrero de destreza excepcional, había tenido una buena formación desde temprana edad, continuada en los años de su juventud y ampliada durante su estadía en Europa. Sus primeros maestros fueron, entre otros, don Simón Rodríguez y don Andrés Bello. El primero, un intelectual partidario de la ideas de la Ilustración, que desde los años en que fue su preceptor se convirtió en su amigo, consejero y mentor. Y el segundo, fue su profesor de composición, literatura y geografía. La educación primaria la recibió en su propia casa, un privilegio de familias adineradas como la de él. De ellos aprendió el arte de hablar y escribir bien y por eso fue un verdadero cultor de la palabra. Simoncito era impetuoso y tenía un carácter indomable, lo que constituía un verdadero desafío para cualquier educador. Simón Rodríguez fue el único que pudo serenar el temperamento hiperactivo del adolescente, y lo logró siguiendo los preceptos de Rousseau sobre la formación de niños y jóvenes. Aprovechó la energía del muchacho para direccionarlo hacia asuntos que le permitieran desarrollar a plenitud sus talentos y habilidades, y convertirlo en una persona útil para la sociedad. No lo enclaustró poniéndolo a aprender de memoria textos escolares, sino que lo llevó a caminatas por el campo, a fin de que tuviera contacto con la naturaleza, experiencia que lo motivó a aprender del mundo que tenía ante sus ojos.
Su formación, como la que recibió Alejandro Magno de su preceptor Aristóteles, contribuyó a formar la personalidad de Bolívar sobre fundamentos de disciplina, austeridad, amor a la libertad y altura de miras. A la manera de los griegos de la Ilíada, al joven caraqueño le inculcaron el sentido de la gloria como un valor superior al poder y a la riqueza material. Como él mismo lo diría más tarde, “la gloria consiste en ser grande y ser útil”, de ahí el desprendimiento que mostró en relación con sus bienes terrenales que puso al servicio de una causa noble: la independencia de un continente.
Una de las virtudes de Bolívar es la fuerza dialéctica de sus escritos que, como los discursos de los grandes oradores, permanecen en la memoria de quienes los escuchan o los leen, que siguen repitiendo sus ideas más impactantes. Nada de cuanto dijo fue momentáneo, todos sus escritos tienen el sello de lo perdurable, de lo duradero, por eso los estamos recordando hoy y los recordarán también las generaciones venideras. Bolívar no pasa, está siempre ahí en el devenir del tiempo. “Y cuando su nombre se oculta transitoriamente, no es que se haya ido de nuestro suelo sino que la patria se olvida de sí misma”.[12]
Perseverancia en dos ideas fuerza
En los escritos del estratega se advierte una unidad de pensamiento así como la persistencia en su crítica a la federación y al sistema representativo en naciones con una ciudadanía analfabeta y carente de cultura política. Esos sistemas – decía – no consultan las condiciones particulares de nuestros países ni de los hombres que se van a gobernar, pues han sido copiados o trasplantados de realidades muy diferentes. En ese contexto, critica al sistema federal y al gobierno representativo, al primero porque conspira contra la necesaria unidad política y debilita el ejercicio de la autoridad, y al segundo porque en la forma como se conforma en nuestros pueblos está viciado por la falsedad del voto. Esas son las dos críticas fundamentales de Bolívar que las repetirá hasta el final de su vida. Era una convicción profunda que no fue entendida y, por eso, hemos tenido que pagar un precio muy alto en guerras intestinas, inestabilidad política y protuberante injusticia social, conviviendo con una democracia falseada que no ha podido resolver las carencias esenciales de millones de ciudadanos.
Cuando Bolívar afirma que el sistema federal es débil e ineficaz para preservar la independencia, lo dice respaldado por la dolorosa experiencia que habían vivido Venezuela y la Nueva Granada, naciones que perdieron su independencia después de conquistarla por conflictos internos promovidos por caudillos que surgieron de la propia guerra de la independencia. No hacía mucho que Manuel del Castillo y Rada, por una disputa que tenía con el coronel Bolívar, había desmantelado los bongos artillados que custodiaban la línea del río Magdalena y le había negado las armas para que pudiera cumplir la misión de incursionar en la provincia realista de Santa Marta que, de haber sido reconquistada, habría dificultado enormemente el ataque por tierra que Morillo ordenó para consumar el cerco sobre Cartagena. Sabía Bolívar muy bien que los hechos enseñan más que las ideas. Por eso defendía un gobierno centralizado, concepto que reafirmó incluso en el Discurso ante el Congreso de Angostura, cuando dijo: “En las repúblicas el Ejecutivo debe ser fuerte porque todos conspiran contra él”.
La otra idea persistente en los dos documentos referidos es la crítica al sistema representativo, pero no porque Bolívar quiera desconceptuar el derecho al sufragio o tenga una opinión adversa a la existencia de Congresos o Parlamentos, todo lo contrario, considera el derecho al voto como algo sagrado y, por lo mismo, lo que se exprese en las urnas debe ser lo que libremente estén pensando los ciudadanos. Pero cuando esa opinión se manipula y se adultera, las elecciones son una caricatura de la genuina voluntad popular. La legitimidad de un sistema democrático se sustenta en la libertad de sufragio, su pureza y verdad. Y eso no ha ocurrido en Colombia en ningún momento de su historia, porque uno y otro partido han atentado contra esa noble institución del sufragio.
Para Bolívar la democracia representativa que nos llegó de Europa exige un cierto nivel de educación y de independencia económica porque, sin esta, no hay independencia política. Como es fácil imaginar, esas condiciones no se daban en nuestros países hace más de 200 años pues ni siquiera hoy las elecciones discurren en un ambiente de libertad, como lo hemos podido constatar recientemente por todos las demandas que se han interpuesto a los resultados de la última campaña presidencial en Colombia. Y qué decir de las protestas que se han suscitado a raíz del aberrante fraude en los comicios presidenciales Venezuela, cuyas actas se ha negado a mostrar el gobierno de Maduro, pues dejaría en evidencia cómo se aduteró la voluntad popular, un hecho de hoy que le sigue dando la razón a Bolívar sobre la impureza del sufragio en nuestros pueblos.
El “Manifiesto de Cartagena”
En Cartagena Bolívar hizo publicar dos manifiestos: uno fechado el 27 de noviembre y otro el 15 de diciembre de 1812, pero el que ha trascendido por su importancia es el segundo. Al llegar a esa ciudad, Bolívar no podía mostrarse como un guerrero notable, aunque lo fuera, pues en la plaza amurallada ya tenían conocimiento de la derrota que el coronel venezolano había sufrido en Puerto Cabello, pero no se conocían sus dotes de pensador político. En su Memoria a los ciudadanos de la Nueva Granada el coronel venezolano deja ver en la forma y el fondo de ese escrito que no era solamente un hombre de milicias sino un intelectual de alto vuelo, un líder capaz de trazar el rumbo a una nación. En este histórico documento se refleja la fuerza interior del hombre superior que no se deja abatir por el infortunio, y que aún en los momentos más críticos mantiene su fe inquebrantable en que nuestras naciones pueden avanzar hacia un destino mejor. Hasta entonces el ámbito de su pensamiento se había circunscrito a su suelo natal, pero a partir de esa carta dirigida a la opinión pública neogranadina Bolívar se revela como un estadista de dimensión ecuménica que quiere poner todas sus energías en un proyecto más ambicioso: la libertad de un continente.
En el “Manifiesto” el joven venezolano se revela como un hombre pragmático que tiene la capacidad de analizar los errores de los pueblos para no volver a repetirlos y, sobre todo, señalarles a sus conciudadanos la forma de actuar frente a la adversidad para salir adelante en medio de las vicisitudes. En cada una de las frases de ese documento se puede ver con diafanidad al estratega y al visionario, al genio político y al líder capaz de señalar un rumbo a las naciones americanas. Se aleja de las teorías y de las divagaciones intelectuales para colocarse en la realidad circundante y, con una madurez precoz, se propone dos objetivos a los que se consagrará hasta su muerte: ahorrarle a la Nueva Granada el infortunio de Venezuela, y redimir a ésta de la dolorosa situación por la que estaba atravesando. Empezaba Bolívar diciendo en ese trascendental documento:
“Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas y políticas, que siempre fiel al sistema liberal y justo que proclamó mi patria, he venido a seguir aquí los estandartes de la independencia que tan gloriosamente tremolan en estos Estados”.
“Permitidme que animado de un celo patriótico me atreva a dirigirme a vosotros para indicaros las causas que condujeron a Venezuela a su destrucción, lisonjeándome que las terribles y ejemplares lecciones que ha dado aquella extinguida República persuadan a la América a mejorar de conducta, corrigiendo los vicios de unidad, solidez y energía que se notan en sus gobiernos”.
En el Manifiesto, el aguerrido militar criticaba a sus compatriotas venezolanos que proponían prescindir de tropas permanentes, a imagen y semejanza de algunas naciones de la antigüedad que no contaban con un ejército regular entrenado y disciplinado para enfrentar agresiones, sino que confiaban en los ciudadanos que espontáneamente tomaban las armas cada vez que era necesario, porque el deber y la virtud así se los ordenaban, pero esas cualidades no se daban en nuestras naciones.
Uno de los factores que señalaba el oficial caraqueño como causante de la pérdida de la independencia de Venezuela fue el haber implantado el sistema federal en la situación de inestabilidad y peligro inminente que afrontaban nuestras naciones. No criticaba al federalismo per se, al que le reconocía todas sus virtudes, pero consideraba desacertado aplicarlo en momentos en que se libraba una sangrienta guerra con España y era necesario la unidad para enfrentar un enemigo común. Decía Bolívar:
“Pero lo que debilitó más al Gobierno de Venezuela fue la forma federal que adoptó,…”“El sistema federal, bien que sea el más perfecto y más capaz de proporcionar la felicidad humana en sociedad, es, no obstante, el más opuesto a los intereses de nuestros nacientes Estados… ¿qué país del mundo, por republicano y morigerado que sea, podrá en medio de las facciones intestinas y de una guerra exterior, regirse por un Gobierno tan complicado y débil como el federal?…
“Yo soy de sentir que mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos,… seremos indefectiblemente envueltos en los horrores de las disensiones civiles y conquistados vilipendiosamente por ese puñado de bandidos que infestan nuestras comarcas…”
Criticaba el sistema representativo por la forma como se conformaba el Congreso en su patria, mediante unas elecciones espurias que, desfiguraban la voluntad popular, una situación muy similar a la de la realidad colombiana de hoy en día, lo que demuestra su categoría de hombre clarividente. Decía Bolívar:
“Las elecciones populares hechas por los rústicos del campo y por los intrigantes moradores de las ciudades, añaden un obstáculo más a la práctica de la federación entre nosotros, porque los unos son tan ignorantes, que hacen sus votaciones maquinalmente, y los otros tan ambiciosos, que todo lo convierten en facción, por lo que jamás se vio en Venezuela una elección libre y acertada, lo que ponía el Gobierno en manos de hombres ya desafectos a la causa, ya ineptos, ya inmorales. El espíritu de partido decidía en todo y, por consiguiente, nos desorganizó más de lo que las circunstancias hicieron. Nuestra división, y no las armas españolas, nos tornó a la esclavitud…”
Finalmente concluía su Manifiesto, exhortando a los granadinos a que lo acompañaran a liberar a su patria, como un gesto de gratitud con los venezolanos que habían contribuido a la libertad de la nuestra, pero también como una manera de preservar la independencia de la Nueva Granada, que se vería amenazada si no se reconquistaba a Venezuela.
De este histórico documento dijo el escritor y diplomático venezolano Rufino Blanco Fombona que, a pesar de los elogios que ha merecido de la mayor parte de los historiadores, no se le ha dado sin embargo la importancia que merece. “Es el primer documento trascendental salido de la pluma de Bolívar; y en este documento ya se revela en su plenitud el estadista de vuelos alcionios. Lo que se descubre ante todo es la reacción de un espíritu clarividente, en contacto con la realidad social. Hasta el día en que aquel joven expatriado firmó ese Manifiesto no era sino un revolucionario romántico; un discípulo de don Simón Rodríguez, un libre pensador y admirador de Juan Jacobo Rousseau. A partir de ese momento se acabaron las quimeras de Rodríguez y las fantasías del filósofo ginebrino: empezó a ver con sus propios ojos y a juzgar con su propio criterio el espectáculo de las fuerzas sociales en pugna”.[13]
“La Carta de Jamaica”
Este documento tuvo un motivo diferente a las razones que lo llevaron a escribir el Manifiesto de Cartagena. En 1815, en Jamaica, Bolívar escribió una carta extensa para contestar las preguntas que, en una misiva fechada el 29 de agosto de ese año, le había formulado el ciudadano inglés Henry Cullen, súbdito británico, residenciado en Falmouth, cerca de Montego Bay, en la costa norte de Jamaica. El señor Cullen quería tener información sobre la población y el futuro político de los países americanos después de la expulsión de las tropas napoleónicas del territorio español.
Bolívar le suministra datos aproximados sobre el número de habitantes de las diferentes naciones del continente, pero en cuanto a la segunda pregunta y, particularmente, si desean organizarse como repúblicas o monarquías, el militar caraqueño le dice que es muy aventurado hacer pronósticos sobre la forma de gobierno que va adoptar cada país. Sin embargo, se atreve a expresar su opinión sobre el sistema político más adecuado para los países americanos en las circunstancias azarosas que estaban afrontando, dada la violenta arremetida ordenada por Fernando VII, empecinado en reconquistar lo perdido durante los cinco años de invasión napoleónica. Pero también, teniendo en cuenta el nivel de cultura política y las condiciones socioeconómicas del pueblo que se va a constituir como una nueva nación.
Descarta el sistema federal por ser demasiado perfecto y exigir virtudes y talentos políticos muy superiores a los de nuestros pueblos, que todavía no se habían liberado completamente de las cadenas de la esclavitud portadas durante tres siglos. Por igual razón, desestima la monarquía mixta de aristocracia y democracia que tanta fortuna y esplendor le ha dado a Inglaterra. En la Carta de Jamaica reafirma sus críticas al sistema representativo como lo había hecho en el Manifiesto de 1812 y expresa: “Los acontecimientos de la Tierra Firme nos han probado que las instituciones perfectamente representativas no son adecuadas a nuestro carácter, costumbres y luces”.
Bolívar anhela la unidad del continente, pero no como una sola república que pudiera confederar los diferentes estados en una sola entidad territorial. No la ve viable, a pesar de que son pueblos que hablan una misma lengua y comparten una religión y unas mismas costumbres, porque en un área tan extensa es difícil que una autoridad única pueda controlar regiones remotas con intereses diversos. Por eso, como no es posible una república de esa dimensión, propone una alianza de las 17 naciones con sentido de identidad para hacerle contrapeso al poder político de los Estados Unidos, que en ese momento estaba surgiendo como una potencial mundial. Sueña con esa alianza y dice: “¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos¡ Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, de las naciones de las otras tres partes del mundo”.
Para apreciar el espíritu visionario de Bolívar es pertinente recordar aquí que, en contraste con la actitud de varios de nuestros gobernantes del siglo XIX que miraban a Panamá y al Chocó como pantanos insalubres, como tierra del olvido, el Libertador hace doscientos años ya estaba pensando en un canal interoceánico en Centroamérica. Decía entonces: “Los estados del Istmo de Panamá hasta Guatemala formarán quizá una asociación. Esta magnífica posición entre los dos grandes mares, podrá ser con el tiempo el emporio del universo, sus canales acortarán las distancias del mundo, estrechando los lazos comerciales de Europa, América y Asia; traerán a tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo. Acaso sólo allí podrá fijarse la capital de la tierra como pretendió Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio”.
El 10 de enero de 1822 el Libertador, estando en Cali le dictó a su secretario una nota dirigida al gobernador del Chocó José M. Cancino, en la que le solicitaba que le remitiera cuantas noticias tuviera sobre un canal que pueda comunicar los dos mares por el río Atrato. Y le pedía también que le informara del proyecto presentado por el Sr. Carly, un ingeniero inglés que estaba en esa zona realizando estudios para comunicar los dos océanos. Quince días después el Libertador le escribió nuevamente al gobernador Cancino, diciéndole: “Haga trazar el canal por la parte del istmo que sigue los ríos Atrato y San Juan y tiene solo tres millas de terreno de cascajo y greda deleznable”, y le ordena que abra esa vía a pico y pala con recursos que para tal operación aportaría el gobierno central”.[14] En 1826, entre los motivos que tuvo Bolívar para convocar el congreso anfictiónico fue la de plantear el proyecto de construcción de un canal en Panamá.
El Libertador tuvo una visión de futuro con singular percepción y lucidez. Poseedor de una intuición creadora, para la guerra o para la política, fue un hombre providencial que se anticipó a su tiempo. Por eso, sus contemporáneos no le entendieron sus ideas y buscaron pretextos para desfigurar su pensamiento. Desde el momento en que presenció la coronación de Napoleón le causó repugnancia la investidura de emperador, pero sus subalternos inmediatos le seguían haciendo propuestas para que se ciñera una corona, que él de inmediato rechazaba con inocultable disgusto. Sus críticas a la federación y al sistema representativo con elecciones viciadas, que convierten la democracia en una mentira consentida, tuvieron entonces como ahora una validez irrefutable. Lo extraño es que ese pensamiento no hubiera madurado en instituciones concordantes, y que después de una accidentada existencia sólo haya quedado su voz adolorida, su ardida esperanza. El héroe que fue factor determinante de la independencia de seis repúblicas no tuvo tiempo de concretar sus sueños y terminó traicionado, vilipendiado y escarnecido por los mismos a quienes había aupado y llevado a las posiciones de mando que ahora ocupaban. Incluso intentaron asesinarlo el 25 de septiembre de 1828, que de haberse consumado habría signado a Colombia con una mancha de sangre indeleble, que no se hubiera podido lavar con el agua de todos los ríos del mundo.
Un viaje sin retorno
El 8 de mayo de 1830 Bolívar salió de Bogotá hacia Cartagena sumido en una profunda desilusión. Tuvo que financiar los gastos de su viaje vendiendo hasta la última vajilla que le quedaba, sus alhajas y caballos, y así pudo reunir 17.000 pesos. Se había gastado toda su fortuna en la causa de la independencia y terminaba su mandato presidencial sin un solo peso. “¿Cuál de los mandatarios de América ha quedado en esta situación al terminar su poder?”, se preguntaba el historiador Joaquín Posada Gutiérrez, uno de los pocos buenos amigos que le quedaban a Bolívar en Bogotá, cuando se le alejaban muchos de los que antes se preciaban de ser sus amigos. Y fue precisamente al general Posada Gutiérrez a quien el Libertador, por la confianza que le tenía, le solicitó que se anticipara a ir a Honda para que le organizara los champanes y bogas en los que viajaría aguas abajo por el Río Grande de la Magdalena y luego por el Canal del Dique.
Bolívar llegó a Turbaco el 25 de mayo y allí se quedó descansando del extenuante viaje, sobre todo por el estado tan precario de su salud que ya empezaba a hacerle mella en su resistencia física. El 24 de junio partió para Cartagena con el propósito de tomar el paquebot que lo debía llevar a Inglaterra. Se hospedó en la casa que perteneció al Marqués de Valdehoyos y que ahora era propiedad del general Mariano Montilla, por la adjudicación que se le había hecho en el reparto de bienes confiscados a los españoles emigrados.[15] De la residencia de Montilla pasó luego Bolívar a una casa pajiza al pie de La Popa en la calle denominada “Camino de Arriba”. Y estando allí en esa casa, el 1º. de julio por la noche arribaron dos carruajes que traían al general Montilla y al señor De Francisco Martín; los pasajeros descendieron presurosos y agitados de sus coches entraron a la residencia. Bolívar, sorprendido, pregunta: “¿qué novedad hay, amigos? General, respondió Montilla, el Gran Mariscal de Ayacucho ha sido alevosamente asesinado en la montaña de Berruecos”[16]. El atentado se había perpetrado el 4 de junio de 1830. La noticia que le daban al Libertador era la más dura y dolorosa de cuantas pudo haber recibido en su vida: así de grande era el afecto, el aprecio y la admiración que él sentía por Sucre. Suplicó a sus amigos que lo dejaran solo y esa noche no durmió: se paseaba por el patio de la casa sin poder asimilar la terrible noticia. A partir de ese momento la constipación, la fiebre y todas las dolencias físicas se acentuaron por el golpe afectivo y moral que recibía.
Más ingratitud y amargura
La infausta noticia del asesinato de Sucre no sería la última tribulación que habría de padecer el héroe a quien el destino había seleccionado para que recibiera los golpes más duros que se le pueden infligir al alma humana, pero también para que tocara los dinteles de la gloria. Estando en ese trance doloroso esperaba con ansias el regreso de la fragata que lo habría de llevar a una nación remota para tranquilizarse y escribir sus Memorias, pero sus amigos, los oficiales, y generales no lo querían dejar partir. Estaban dispuestos a insinuarle al comandante de la fragata que inventara un pretexto que lo hiciera desistir cuando otra noticia no menos desgarradora, trasmitida al Libertador en forma desconsiderada, se convirtió en una razón de honor que le hizo cambiar de parecer. El llamado Congreso revolucionario de Venezuela, que se había reunido en la ciudad de Valencia, le comunicaba al Congreso Constituyente de Colombia en nota oficial de 2 de junio de 1830 que, aun cuando Venezuela había tomado la irreversible decisión de separarse de la que hasta entonces se llamaba Gran Colombia, estaba dispuesta a entrar en arreglos con el gobierno de Cundinamarca y con el de Quito sobre la distribución de la deuda entre las tres naciones y el trazado de las fronteras, pero que esas conversaciones no tendrían lugar si Bolívar permanecía en el territorio de Colombia. Como si lo anterior fuera poco, agregaban los congresistas en la mencionada nota algo más denigrante para la honra del Libertador: que Venezuela veía en el general Simón Bolívar el origen de todos los males que padecía.
El condicionamiento que se colocaba de expatriar a Bolívar del territorio colombiano era un agravio mayúsculo, una ofensa de lesa patria, que el Congreso de Venezuela le hacía al hombre que los había liberado y por el que existía la república que ellos decían representar. Pero si el agravio de los venezolanos fue enorme, el que irrogaron al Libertador el presidente colombiano Joaquín Mosquera y su Ministro del Interior Vicente Azuero no fue menos ofensivo, incomprensible e injustificado, especialmente por parte de quien ejercía la presidencia, que le debía todo al héroe a quien el Congreso venezolano injuriaba de esa manera. El comportamiento de los dos dignatarios del gobierno colombiano es un hecho de la historia que debe ser conocido, generación tras generación, para que cada cual lo evalúe y se forme su juicio con los testimonios que se alleguen.
La nota oficial a que hemos hecho referencia había sido enviada al Congreso Constituyente de Colombia, pero este cuerpo había cesado sus deliberaciones en el mes de mayo de 1830. Por esa razón, la nota la recibió el Canciller y éste le dio traslado al Ministro del Interior doctor Vicente Azuero, quien le informó al Presidente Mosquera sobre el contenido de la nota. El jefe del Ejecutivo colombiano, a sabiendas de lo lacerante del comunicado, le pidió al doctor Azuero que le respondiera al Congreso venezolano y también que le informara a Bolívar sobre la nota recibida de Venezuela. Azuero, un enemigo declarado del Libertador, le contestó a los congresistas venezolanos manifestando la satisfacción que su Excelencia el Presidente Mosquera sentía por las futuras conversaciones que se llevarían a cabo con sus homólogos colombianos.
Pero el Ministro del Interior al responder la nota oficial recibida no hizo alusión alguna a la exigencia de expatriación de Bolívar, como si se tratara de un hecho intrascendente, y de manera irrespetuosa simplemente le dio traslado al Libertador del escrito en el que mancillaban su honra y su dignidad, sin hacer la mínima alusión a las hirientes y calumniosas afirmaciones de la nota venezolana. De manera cruda y descarnada, se limitó a decir: “Excelentísimo señor: Por conducto del Ministerio de Relaciones Exteriores se acaba de recibir una comunicación del Presidente del Congreso de Venezuela al Presidente del Congreso Constituyente que se reunió en esta capital. El excelentísimo señor Presidente de la República, … ha resuelto que se remita a vuestra excelencia una copia, como tengo el honor de verificarlo, a fin de que vuestra excelencia quede informado de esta notable circunstancia, por lo que puede influir en la dicha de la Nación y por la trascendencia que tiene con la gloria de vuestra excelencia”.[17] La forma como estaban redactadas las notas por el doctor Azuero revelaban una actitud malévola que colocaba al gobierno colombiano en una situación de indignidad, pero sobre todo de ingratitud con el Libertador.
La nota oficial del Congreso de Venezuela, le sirvió a los amigos de Bolívar que lo rodeaban con afecto en Cartagena para insistirle que no se podía ir de Colombia como un expatriado; que de ninguna manera se le podía dar gusto a sus enemigos de Venezuela ni a los de Colombia, que querían saciar su sed de rencor con la honra del más grande de los colombianos; que él no podía salir expulsado como un traidor por una arbitraria exigencia del país donde había nacido. Bolívar reflexionó sobre las apreciaciones que le hacían con sinceridad personas en las que él confiaba y les dijo: “tienen ustedes razón, nobles amigos míos: por mi voluntad estaba dispuesto a irme, echado no debo hacerlo, por el honor mismo de Colombia, por el honor de Venezuela. Además, me siento morir, mi plazo se cumple, Dios me llama; tengo que prepararme a darle cuenta y una cuenta terrible, como ha sido terrible la agitación de mi vida, y quiero exhalar mi último suspiro en los brazos de mis antiguos compañeros, rodeado de sacerdotes cristianos de mi país y con el crucifijo en las manos: no me iré”.[18] Y efectivamente así lo hizo y se quedó en Cartagena.
El tramo final de un héroe incomparable
El 30 de septiembre se dirigió a Turbaco, allí estuvo unos pocos días y luego avanzó un trayecto a lomo de caballo para abordar en el Canal de Dique los bongos que transportarían a él y a su comitiva hasta el río Magdalena; pasó por Malambo y desembarcó en Soledad el día 12 de octubre. Allí permaneció 26 días en la residencia de don Pedro Juan Visbal, un pariente lejano que lo había invitado cuando se encontraba en Turbaco a que se hospedara en su casa. La mansión donde se hospedó Bolívar, es una imponente construcción de estilo español, con siete ventanas en su planta baja y ocho en el segundo piso. Está situada enfrente de la Iglesia de San Antonio de Padua y durante algún tiempo sirvió como Casa Consistorial en la que se recaudaban los impuestos de la Corona española antes de que la adquiriera la familia Visbal; luego fue sede de la Alcaldía y posteriormente fue convertida en Museo Bolivariano desde el año 2008.
En Soledad, el Libertador tuvo una intensa actividad epistolar y, durante su estadía allí, escribió más de 20 cartas, la mayoría de ellas dirigidas a los generales Mariano Montilla, Rafael Urdaneta, Justo Briceño y al doctor Estanislao Vergara. En todas ellas se refería al estado de su delicada salud, una señal inequívoca de que sus dolencias eran demasiado agudas y persistentes. Pero Bolívar le tenía repugnancia a las medicinas y no se tomaba las que le prescribían, con lo cual aumentaba la intensidad de los síntomas que lo aquejaban. Sus cartas postreras son un testimonio de ese rechazo invencible a todo lo que fuera remedio ingerible por vía oral. Y constituyen también una prueba en contrario a las afirmaciones hechas por el presidente Hugo Chávez en el sentido de que el Libertador fue envenenado.
El día 7 de noviembre Bolívar se dirigió a Barranquilla, escala obligada para descansar antes de tomar en el puerto de Sabanilla la goleta que debía trasladarlo a Santa Marta. En Barranquilla permaneció hasta el 30 de noviembre en la residencia de don Bartolomé Molinares, y en su coche fue trasladado hasta el embarcadero donde abordó el bergantín Manuel de bandera colombiana. Al llegar a Santa Marta debió ser trasladado en andas sobre una silla hasta la casa que le había preparado Don Joaquín de Mier, quien lo había invitado desde días antes a ser su huésped en la ciudad de Bastidas, por gestión que había realizado el general Mariano Montilla.[19]Este último tenía un gran ascendiente sobre don Joaquín, quien a pesar de ser español se había incorporado a las huestes patriotas en 1820 cuando ya era un empresario acaudalado que prestaba sus barcos para transportar armas y pertrechos a las Antillas. El general Montilla, en reconocimiento a los servicios prestados lo ascendió a teniente coronel y años más tarde a coronel.
Lo que aconteció en Santa Marta desde el 1º. hasta el 17 de diciembre de 1.830 es ampliamente conocido, pero hay dos hechos que han sido menos trajinados en el relato de los postreros días del Libertador. Uno, la estadía en una casa que actualmente es el edificio de la Aduana, también de propiedad de don Joaquín de Mier, donde estuvo hasta el día 6 en que fue trasladado a San Pedro Alejandrino, una finca de 22 hectáreas de tierras fértiles, cultivadas de caña de azúcar con su trapiche y destilería para producir panela y ron. El otro episodio aconteció cuando fue invitado a conocer el interior de la residencia, y al observar en la biblioteca un ejemplar de Don Quijote de la Mancha, tocándolo dijo: “Aquí está la historia de la humanidad”, y agregó: “Jesucristo, Don Quijote y yo, hemos sido los grandes majaderos del mundo”. [20]
En su última proclama, Bolívar terminaba diciendo: “si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.” Sin embargo, ninguno de esos dos propósitos se ha podido materializar en el curso de nuestra historia republicana, y por eso hoy podríamos preguntarnos ¿Estará tranquilo el Libertador en su tumba observando desde la eternidad la realidad política de Colombia? Nos atrevemos a decir que no, porque nuestro país ha estado en una guerra fratricida y envuelto en divisiones intestinas desde el alba del movimiento independentista hasta el día de hoy.
Lo que Bolívar no hizo todavía sigue pendiente. La tortura espiritual de sus últimos años, meses y días se ha trasmutado en su consagración histórica, y su gloria como dijo el cacique de Choquehuanca crece como crece la sombra cuando el sol declina. Bolívar siempre estará presente en la mente de generaciones tras generaciones porque su grandeza jamás se podrá desconocer ni eclipsar.
Y termino con estos versos de Guillermo Valencia:
Como la fuerza ignívoma[21] que sublimó los Andes
se alzó tu genio, cumbre de inaccesible altura;
si el ímpetu soberbio te hizo grande entre grandes,
marcó tu pena el límite de la humana tortura.
[1] Héctor López Martínez, “Bolívar en Pativilca”, Diario El Comercio, Lima, 24 de enero de 2024.
[2] Larrázabal, Felipe. Vida y Escritos del Libertador. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas, 2008, pp. 124-128.
[3] Lozano y Lozano, Fabio. “Bicentenario del nacimiento de Miranda”, en Boletín de Historia y Antigüedades. Volumen XXXVII, Nos. 426 a 428, Bogotá, p. 223.
[4] Restrepo, José Manuel. Historia de la Revolución en la República de Colombia en la América Meridional. Edición Completa. Tomo I. Editorial Universidad de Antioquia, 2009, p. 207.
[5] Gentil Almario Vieda. Recordando Historias. Editorial Gente Nueva, Bogotá, 2019, p. 56.
[6] Restrepo, José Manuel. Ibid., pp. 207-208.
[7] Sourdís, Adelaida. Cartagena de Indias durante la primera república 1810-1815. Banco de la República, 1988, p. 78.
[8] Barranca del Rey es el municipio que más tarde se conocería como Barranca la Vieja. Un poco más al norte se encuentra Barranca la Nueva y luego Calamar, población está última situada en la desembocadura del Canal del Dique. Sus primeros pobladores llegaron a este último sitio en 1571, cuando se empezó a construir el canal que interconectaría varios caños con el Estero de Pasacaballos para comunicar a Cartagena con el río Magdalena. Las obras de avenamiento concluyeron en 1650.
[9] Restrepo, José Manuel, Historia de la Revolución… Op. Cit. Tomo I, p. 209
[10] Capmaní es el mismo militar de origen catalán que el 25 de abril de 1815, realizaría la toma e incendio de Barranquilla en una operación de avanzada destinada a despejarle el camino a la expedición de reconquista del general Pablo Morillo, como se explicará más adelante. Véase José Agustín Blanco Barros. Obras Completas. Primera Parte. Editorial Universidad del Norte, Gobernación del Atlántico, 2011, pp. 315-324.
[11] Restrepo, J. M. Ibid. p. 209
[12] Ramiro De la Espriella, Las ideas políticas de Bolívar, Publicaciones Culturales, Bogotá.
[13] Blanco Fombona, Rufino, Discursos y proclamas. Casa Editorial Garnier Hermanos, 1913.
[14] Alfredo Cardona Tobón, Simón Bolívar y el Canal Interoceánico, La Patria, Manizales, mayo 25 de 2012.
[15] Lemaitre, Eduardo. Historia General de Cartagena. Tomo IV. pp. 53-56. Banco de la República. Bogotá, 1983.
[16] Posada Gutiérrez, Op. Cit. Tomo III. P.117.
[17] Posada Gutiérrez, Joaquín. Op. Cit. Tomo III. pp. 123 – 124. Azuero era consciente de que se estaba mancillando el honor y la reputación del Libertador, pero no hizo la mínima gestión para evitar ese baldón.
[18] Posada Gutiérrez, Joaquín. Op. Cit. Tomo III, pp. 130 – 131.
[19] Larrazábal, Felipe. Op. Cit. Tomo III, p. 333.
[20] Fuguet, Eumenes, “Historia y Tradición. Don Joaquín de Mier y Benítez, dueño de San Pedro Alejandrino”. El Carabobeño, Valencia, diciembre 4 de 2019.
[21] Ignívomo, adj. Que vomita fuego.